mother Zoe
I met Constanza Oxenford in her condition of skillful and sensitive photographer. At the same time, I knew immediately that her ductility in this field was also evidence of a restless vocation to advance expressively in other fields, such as graphic practice and, opportunely, in the testimonial rescue and installation languages, physiognomies that she now exhibits in MOTHER ZOE.
Oxenford successfully articulates the coordinated functionality of essay and personal archive, poetic elaboration and intimate revelation; a peculiar coexistence in diversity that in this case seems more necessary than ever, given the spiritual and ethical demands that the artist had imposed on herself when approaching the project.
Where the landscape of the individual world stands as analogous to the conjuncture of the other, close to definitely shared, more collective, more universal emotions and vicissitudes, the sonority of social reflection becomes inexcusable, an essential ingredient that is perfectly in tune with those other demands. that, in addition to the artistic, occupy the hours and energies of Constanza, and that she, here, will surely want to keep in reserve.
As can be seen, the exhibition consists of a two-dimensional montage of a series of photographs in counterpoint, related to the territorial, biographical, characterological and affective fields that define the story and the profile of its two main characters, illuminated in a kind of prismatic portrait: with Oxenford in the triple role of narrator, witness and co-protagonist. In the manner of a panoramic constellation, a puzzle of words, texts, documentary records, drawings and confessional contributions appeal with unwavering honesty not only to the viewer's emotionality, but also to its critical consciousness. This network of clear intentions and pressing objectives, moved by the urgency of turning what could have been reduced to a mere melancholy anecdote into a broader impact scenario, is what turns MADRE ZOE into a virtual love manifesto with flashes of chronicle of customs, a multifaceted device that makes it easier for us to skip the simple formal enjoyment to commit ourselves to a more compassionate notion of what is human.
Eduardo Stupía
Hay dos relojes y muchos recuerdos. Una búsqueda poética que por momentos se vuelve vertiginosa y, en otros, tensa calma. Hay juego, fisgoneos y una pregunta callada que vira cada vez que creemos encontrar una posible respuesta.
Todos sabemos que el tiempo es tirano y que su paso es ineluctable y aun así Constanza Oxenford se propone bailar un lento con él. Por supuesto que no faltan las mutuas sospechas, ella no parece sentirse del todo tranquila, sabe que se trata de alguien importante, incluso de alguien que la trasciende, tal vez tanto como cuando Borges habla de ese momento singular que nos hace tomar conciencia de la eternidad. Y lo hace recuperando una sentencia de William Blake, el “gran místico inglés”, que dice: “El tiempo es la dádiva de la eternidad”.
¿Cómo abordar el tiempo como idea, como percepción, como significante? ¿De qué manera vivir conscientemente con su presencia cotidiana que transforma cada segundo en un pasado y se mete en el cuerpo para hablar?
Sí. El cuerpo es hablado por el tiempo, al igual que todo lo que nos rodea. Se trata de rastros, señales, vivencias, muchas de las cuales entraron por las pupilas y se conservan bajo la piel.
Bailar un lento con vos es la imagen de un recuerdo que nos vuelve a enamorar. Esa reminiscencia que hace que el tiempo se detenga en nuestra memoria como un eterno presente, superponiendo imágenes y vivencias, como si todas estuvieran ocurriendo a la vez.
Atravesadas por el tiempo o asumidas como parte de él, las fotografías de Cotty Oxenford parecen hablarle al tiempo e incluso contradecirlo. ¿Somos verdaderamente nosotras, las fotografías, lo más palpable de aquello que fue? ¿Somos un documento de muerte o un testimonio de vida?
¿Y qué sucede con la cámara? Mucho se ha dicho sobre ella: que puede ser un arma o un escudo, también que puede oficiar como una simple herramienta que permita esquivar o desorientar el paso del tiempo.
Acaso sea un conjuro. A través de sus fotografías y videos, Cotty Oxenford intuye que algo no funciona del todo bien, que el tiempo no es lineal, que los relojes sí pueden detenerse y las imágenes, a veces, incrustarse obstinadamente en la memoria. Y que quizás, en lugar de pelearnos con el déspota, conviene dejarse llevar por ese eterno presente que nos hace sonreír casi imperceptiblemente cuando, en el momento oportuno, nos sacan a bailar.
Florencia Battiti – Fernando Farina