bailar un lento con vos
Mi querido Tiempo
Me pediste que volviéramos a vivir juntos, aunque no eligiera todo lo que me das. Me halaga tu intención, dudo si voy a poder hacerlo. Estoy lastimada. Veo sangre, pero no encuentro la herida. Compré anteojos, curitas y alcohol. Lo que adoraba de tu compañía apenas se filtra a cuentagotas. Decidí escribirte como método exorcista, para interpretar mejor lo que rechazo de vos.
Tiempo, me desorientás.
Mis amigos hablan pestes de tu presencia. Noté que son los mismos que solían adularte. Empiezo a abrumarme. De pronto llega el viento y me susurra que vos curás el dolor de la ausencia. Sin demora quiero besarte, y enseguida me arrepiento.
Creo que no te das cuenta de que en estos años aceleraste tu velocidad. Corrés. Corrés y me arde tu piel. A tu lado irrumpe Cambio. Ustedes dos, Tiempo y Cambio, llegan juntos todos los días de la semana, sin tregua. Ustedes aparecen y yo me paralizo. No quiero prejuzgar a tu compañero, pero, ¿analizaste si es confiable? No soy celosa. El dilema que me complica para responder a tu pedido es que ustedes, de la mano, afectan a personas que amo. Lo sufro, todavía sigo usando mi curita.
Francamente, mi adorado Tiempo, esta faceta de tu personalidad saca lo peor de mí. Me cuesta aceptar que siempre no es humano. Muchos lunes avanza el miedo y le cede el paso al control imaginario. Permanezco oscura por horas.
Tiempo, vos no elegís.
Tenés buena relación con el pasado, el presente y el futuro. Intuyo que parte del dilema es ese. A veces el futuro me exige… Vos me decís: “No te agrandes, que el futuro no te conoce”. Tal vez, pero siento que me interpela y le hablo. Es cierto que no contesta… Puede que sea algo sordo.
Con el pasado estamos en buenos términos, pero tampoco que somos aliados. A veces creo que sí... Entonces me increpa con todo su pedigree y, sin decoro alguno, reaviva heridas que parecían cicatrizadas. Ahí mismo se asoma el presente, que me muestra en detalle cada una de mis limitaciones.
Vos desayunás con el pasado, almorzás con el presente y te vas de copas con el futuro, me dejás sola. Me sugerís que me amigue con todos y disfrute del presente. Soy humana, no es tan simple. No puedo elegir a ninguno. Mis preferencias van mutando. Los reclamos brotan los martes a las cuatro.
Tiempo, sos egocéntrico.
Sos protagonista de cada instante del día y de la noche. Aunque no sea intencional, igual es mucho.
El viento me dijo que vos creaste los colores del amanecer para que yo me dé cuenta de que solo a través tuyo puedo sanar mis heridas profundas. Los dos somos amigos del viento, pero no lo uses, podrías haber sido vos quien me explicara algunas cuestiones. Su función es reordenar. Puede que cuando necesite esos colores me quede dormida o me olvide de mirarlos. Confío en el viento, pero prefiero que sepas que hay días en los que solo veo sombras... Y hay días en los que veo arcoíris. Son momentos. Quisiera saber si el color en sí mismo es un grado de la oscuridad o de la luz. Me parece que me voy a decidir por la luz. Esta vez puedo elegir lo que me hace bien.
De pronto es miércoles y, entre sueños y pesadillas, te pienso. Vos estás presente en el primer llanto y en la despedida. Me pregunto si podés ser causa de ambos. Me deslumbrás y me asustás. No sabés detenerte.
A veces, soy pendular, y vos, exagerado. Llego a pensar que no tenés códigos, y después te perdono. Lo inevitable me confunde. Bailar un lento con vos me vendría bien.
Tiempo, sos implacable.
Yo recuerdo. No siempre recuerdo que olvido. Mi última década…, ¿sucedió? No espero una respuesta. En realidad, sigo siendo la de ayer. Casi joven. El tema es el borde, ese des-borde. Necesito confesarte algo que no te dije. Pudiste enseñarme a mirar al otro con cariño, pero todavía no aprendí a incluirme. Lo intento. Lo cierto es que no siempre me gusta cómo me veo cuando me miro en tu reflejo. Me hago la distraída. Quiero abrazarte, besarte, pero me tapo y apago la luz.
¿Son míos esta cara, este cuello, estos brazos, estas piernas? Los desconozco. Vos los hechizaste y ahora son otros. Sin embargo, son míos, a pesar de que rechace sus nuevas huellas. Me sorprende que sean incondicionales. De pronto tengo culpa. Y vos, vos seguís insistiendo en que no sé mirar y que cada día porto más belleza. Y sí, algunos jueves al mediodía camino hacia atrás. Pero al rato bajo la guardia, mi corazón crece y avanzo.
Tiempo, vos cambiás mi foco.
Quién diría que adecuarme a la realidad tomaría tanto de mí. Mi energía titubea y mi agilidad se desorienta. Soy testigo de la metamorfosis de mis aptitudes. Seguramente, para que aparezcan nuevas capacidades, otras deben tomar roles secundarios. No parece justo, pero no importa mi opinión. El traje de la agilidad es ahora la ambivalencia. Ya no la rechazo como antes, la admito, la incorporo a mi vida cotidiana. Ella vino de la mano de cierta apreciación por lo poroso. Y la compasión es el nuevo vestido de la energía. Esta flamante aptitud aparece acompañada de lágrimas suaves, impredecibles, cada vez que siento dolor. Me dan pena las personas y los animales que actúan mal. ¿Actúan mal? Espero que sea compasión y no locura. Lo positivo del trance de las lágrimas es que cuando se agotan, provocan un silencio interior que invita a una sonrisa, y ahí tenés razón vos, se apaga el ruido.
La ambivalencia y la compasión están ligadas a la resiliencia. Las tres son valientes y se llevan bien con el presente, el pasado y el futuro. Mi querido Tiempo, entiendo que sos quien me las presentó, y me alegra que así sea. Ellas alimentan mi corazón los días de sol.
Tiempo, vos tenés partículas del infinito.
Así como tu paso evidencia pliegues dentro de pliegues, yo ofrezco juegos y laberintos. Te cuento una buena noticia, hoy mi corazón empezó su fase creciente. Rememora y brilla. Me trae imágenes de personas que vimos juntos y me acerca a vos y al pasado sin sangre. Cierro los ojos, el corazón se estremece y vuelven, gentilmente pero sin aviso, los recuerdos.
Primero llegan esas señoras con manos gigantes y pelos blancos. La compasiva y la desconfiada, ¿te acordás de ellas? Me miran fijo y las siento. Creo que vuelven para señalarme algo. ¿Será la llegada de la ambivalencia? Vos decís que toda persona contiene dosis de desconfianza y compasión.
Vuelvo a nadar en mi memoria y escucho ruidos, llegan fragmentos de risas y gritos de chicos que corren en el patio para cumplir su rito. Qué privilegio todo lo que vivimos juntos, mi querido Tiempo. ¿Te acordás de la mirada de ese pescador en su morada? Es cierto que no vimos su cara, pero su cuerpo entero nos miraba. Era poderoso. Aunque no pronunció palabra, supimos que el mar era su aliado, como el juego es el mío. Él no le tenía miedo al canto de las sirenas. El viento y él pausan mi memoria.
De pronto, mi corazón se ilumina, el viento se retira y se cuela otra imagen. El silencio les abre paso a las gotitas. Atrevidas y salvajemente bellas. Viven en el pasado y el presente. Solas o acompañadas en la trama que teje la araña. Vos y yo las buscamos siempre en el amanecer y el atardecer. Y yo las retrato. ¿Será un retrato, aunque las gotas no sepan que están siendo fotografiadas? En fin, tal vez encuentre ahí alguna respuesta. Ya es viernes y hoy volví a usar mis anteojos, estoy tranquila y te añoro.
Tiempo, los segundos laten.
Hay días en que mis limitaciones se potencian y se explayan. Me pierdo. Vuelven heridas históricas, pero camufladas de conflicto nuevo. Mi corazón no se pone de acuerdo con el cerebro porque no se da cuenta de que en realidad es la misma herida en otro formato. Se desorienta, se desinfla, se fragmenta, se astilla. Sin embargo, es un músculo permeable: toca el amor, redobla sus fuerzas y sana. Son momentos. El corazón se puede recuperar.
Este superórgano bombea sangre. Y ella, la roja milagrosa, nos oxigena. El corazón hace ruido, tiene ritmo, baila y dibuja su trazo en un lienzo divino. Este año descubrí algo que me emociona: parece que el corazón no solo puede recuperarse, sino que también alimenta el alma. Necesito que sepas que mi corazón late distinto cuando te observa. Es sábado y estoy cantando.
Tiempo, somos asimétricos.
Necesito escribirte esta carta porque, lentamente, voy desprendiéndome de lo que me duele, aceptando la realidad y apreciando la inmensidad que adoro de vos. Me ampliás la mirada y traés novedades, algunas que no elijo y otras que deseo y necesito, todas a la vez. Vos estás siempre en este mundo, lo tuyo es del orden de lo mágico. Lo mío, de lo misterioso, soy yo la que está de paso.
Voy a tratar de no discutir con el futuro, aunque igual no me escucha. Acepto que seguirás moviéndote a tu ritmo y yo al mío. Mi querido Tiempo, quisiera que intentemos vivir juntos. Siento una caricia. No sé si es tuya o mía, pero da igual. Gracias, gracias por lo que puedo hoy.
A través de estas palabras, te regalo el color rojo, mi humanidad, y te pido un favor. Sin más juegos, testimonios ni lamentos, te ruego que me recuerdes cada tanto que, cueste lo que cueste, no quiero durar, solo quiero seguir aprendiendo a vivir.
Hay dos relojes y muchos recuerdos. Una búsqueda poética que por momentos se vuelve vertiginosa y, en otros, tensa calma. Hay juego, fisgoneos y una pregunta callada que vira cada vez que creemos encontrar una posible respuesta.
Todos sabemos que el tiempo es tirano y que su paso es ineluctable y aun así Constanza Oxenford se propone bailar un lento con él. Por supuesto que no faltan las mutuas sospechas, ella no parece sentirse del todo tranquila, sabe que se trata de alguien importante, incluso de alguien que la trasciende, tal vez tanto como cuando Borges habla de ese momento singular que nos hace tomar conciencia de la eternidad. Y lo hace recuperando una sentencia de William Blake, el “gran místico inglés”, que dice: “El tiempo es la dádiva de la eternidad”.
¿Cómo abordar el tiempo como idea, como percepción, como significante? ¿De qué manera vivir conscientemente con su presencia cotidiana que transforma cada segundo en un pasado y se mete en el cuerpo para hablar?
Sí. El cuerpo es hablado por el tiempo, al igual que todo lo que nos rodea. Se trata de rastros, señales, vivencias, muchas de las cuales entraron por las pupilas y se conservan bajo la piel.
Bailar un lento con vos es la imagen de un recuerdo que nos vuelve a enamorar. Esa reminiscencia que hace que el tiempo se detenga en nuestra memoria como un eterno presente, superponiendo imágenes y vivencias, como si todas estuvieran ocurriendo a la vez.
Atravesadas por el tiempo o asumidas como parte de él, las fotografías de Cotty Oxenford parecen hablarle al tiempo e incluso contradecirlo. ¿Somos verdaderamente nosotras, las fotografías, lo más palpable de aquello que fue? ¿Somos un documento de muerte o un testimonio de vida?
¿Y qué sucede con la cámara? Mucho se ha dicho sobre ella: que puede ser un arma o un escudo, también que puede oficiar como una simple herramienta que permita esquivar o desorientar el paso del tiempo.
Acaso sea un conjuro. A través de sus fotografías y videos, Cotty Oxenford intuye que algo no funciona del todo bien, que el tiempo no es lineal, que los relojes sí pueden detenerse y las imágenes, a veces, incrustarse obstinadamente en la memoria. Y que quizás, en lugar de pelearnos con el déspota, conviene dejarse llevar por ese eterno presente que nos hace sonreír casi imperceptiblemente cuando, en el momento oportuno, nos sacan a bailar.
Florencia Battiti – Fernando Farina